Como nos molaba hacer bolas de papel higiénico y mojarlas, para después poder tirarlas al techo de la clase y se quedasen pegadas. Que cabrones eramos.
Escribir en las mesas de clase y si ya eras un tío con dos cojones grababas tu nombre en la propia mesa con la punta del compás. ¡Quien dijo miedo!
Sabiendo que estaba terminantemente prohibido ir al baño durante una clase, pedíamos ir al baño. Sí, porque nos meábamos y porque así te escaqueabas de clase un rato.
Agachar la cabeza sobre los libros, haciendo como que estábamos muy ocupados para que el profesor no nos viese cuando buscaba a alguien para salir a la pizarra o para preguntarle la lección. Jamás funcionaba, pero aun así seguíamos intentándolo.
Libros de texto de la EGB, nuestros archienemigos directos de la época |
Pasar notas con mensaje entre compañeros, porque en aquel entonces no teníamos móviles, de hecho, eran una fantasía. Nuestra única opción era esa para comunicarnos sin que el profesor se diera cuenta. Pero como te pillasen, te podías dar por muerto... El muy cabrón lo cogía lo leía delante de toda la clase, y más te valía que no tuviera algo raro escrito porque, si era así, estabas abocado a ser el "hazme reír" de la semana.
Ir a sacar punta a la papelera con la intención de poder hablar en voz baja con algún compañero. Pero esta acción extremadamente inteligente, estaba cuidadosamente planeada con anticipación por ambos alumnos.
Cromos. Que grandes y maravillosos los cromos. Podías pasártelos con los compañeros y cambiarlos por debajo de la mesa. Una acción peligrosa en extremo, porque si te veía el profesor, podías ir diciéndole adiós a los cromos.
Guerrilla de tizas. Entre clase y clase, podías hacer dos cosas, la primera era ir a mear, pero la que molaba era la grandiosa guerra de tizas. Unos pocos a un lado de la clase, los demás al otro lado, y el puto empollón en medio estudiando como si la cosa no fuera con él, con un poco de suerte los de la clase de enfrente se unían si se daban cuenta, y comenzaba una guerra de tizas, a lo bestia, sin sentimientos. ¡A MUERTE!... Entonces llegaba el profesor y se acababa la diversión... de camino al despacho del jefe de estudios o del director.
Por desgracia, ese nivel de cabronería ya se ha perdido, ahora muchas gilipolleces y mucho niño malo, pero no llegan a nuestra maldad, y eso que nos metían castigos capones y de todo, y mira lo bien que estamos...no como ahora.
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