Yo, y todos los que aquí escribimos, somos de una ciudad manchega, muy cerquita de Córdoba. El calor nos abrasa en verano, y en invierno nos helamos de frío. No tenemos un clima fijo primaveral, a nosotros nos gusta jugar hasta los extremos. O frío o calor nada de gilipolleces.
Pues nuestra ciudad, Puertollano, más conocida por el pueblo de las dos mentiras, porque ni tiene puerto y es llano (tiene puertos de montaña y está entre ellos, la mayoría en llano, para los ignorantes de la vida) es un lugar minero, por desgracia cada vez menos. Ahora vivimos del petroleo, Repsol puso aquí su pedazo de empresa y trabajan un cantidad muy aceptable de ciudadanos. Pero a lo que vamos hoy es el cine de verano.
Aquí, antiguamente había un montón de cines, tanto de invierno como de verano, el Lepanto, el Avenida, el Imperial, etc. Pero había uno en especial que nos encantaba cuando llegaba el veranito, era el cine de verano Córdoba. Joder como gozábamos comiéndonos las pipas en aquellas sillas incomodas, de las cuales solo te separaba de ella una espátula. te ibas a casa con el culo plano. Había gente que se llevaba su chaquetilla por si después hacia fresco. El sonido del cine de verano no era nítido, al contrario se oía raro, como si los protagonistas de la película hablasen desde dentro de una tinaja. Pero aquello molaba de cojones.
Muchas veces nos ponían sesión doble. Primero la película antigua, después la de estreno, y un descanso entre ambas de cuarto de hora para poder ir al baño. Incluso podías entrar con las películas ya empezadas. Ibas al bar a comprar tus gusanitos rojos, tus palomitas o tus refrescos, que nadie sabe porqué, pero sabían de otra manera cuando los comías en el cine.
Cuanto más tarde se hacía, más estrellas veías y siempre pasaba un fugaz, que guay. Y como por arte de magia ignorábamos el sonido de los coches que pasaban por la carretera que pasaba por detrás de la pantalla.
Pero lo más espectacular del cine de verano eran aquellos pedazo de maratones de cine. Sí amigos, habéis oído bien, maratones. Una vez al año, alrededor del final del verano, un sábado, el cine ponía cinco películas en sesión continua, solo separadas por unos minutos para mear o lo que necesitaras. Había que comprar la entrada con anticipación porque te quedabas sin ella. Y el día del maratón hacías cola con tiempo para poder pillar buen sitio. Siempre llevabas tu cojín viejo de casa para que el culo no se quedara plano. Tu mochila iba cargada de chucherías y refrescos. Y tu grupo de amigos estaba al completo para aquella maravillosa noche donde podrías trasnochar hasta la 6 de la mañana. ¡Que felicidad!.
Entonces comenzaba la primera película, siempre una de aventuras o amor, para enganchar al publico, después venía una de terror, esa nunca fallaba, en el centro te metían un gran éxito. Y después llegaba un momento cumbre, el chocolate con churros que te regalaban, un poco aguado pero calentito, porque a esas horas ya comenzaban a ponerse los pelillos de punta. La cuarta peli era de acción, para mantener despierto al personal, y durante la última, normalmente una comedia, la gente solía dormir un poco, ya que las fuerzas comenzaban a debilitarse.
Por desgracia los cines de verano han desaparecido de Puertollano. Aquí hacemos un llamamiento para que alguien abra alguno. Los de mi generación arden en deseos. Puertollano mola
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